viernes, 6 de junio de 2014

Diario de un escritor (VII)

Ya van siete de estas mierdas, que no se las lee ni mi abuela, pero bueno, de tozudo me llaman asno y de ingenuo gilipollas. Así que sigo con las entradas que relatan mis vivencias respecto al mundo literario y editorial sin perder la esperanza que en un futuro más o menos lejano alguien encuentre interesante la información que comparto.


Sobre Sandra Bruna


A veces pienso que mi camino ha estado lleno de casualidades, y eso que no creo en ellas. Digamos, pues, que estuve en el lugar adecuado en el momento preciso, y que si los acontecimientos hubieran sido un poco diferentes, todo habría cambiado. Para peor, seguramente.

Mi relación con Sandra Bruna empezó gracias a mi hermana y a una de estas “casualidades”. Resulta que, durante las jornadas culturales de su instituto, invitaron a Francesc Miralles para dar una charla sobre su última publicación, “Retrum”. Mi hermana Marta tuvo la acertadísima desfachatez de comentarle a Francesc que tenía un hermano que tenía una novela entre manos y que quería ser escritor, y él, muy amablemente, le dijo que podía ponerme en contacto con él y que podría aconsejarme. 

Así pues, en cuanto supe la noticia, le envié una copia a su correo electrónico. Francesc le echó una ojeada a la novela y un cable a mí. Su consejo fue que modificara la estructura de los diálogos, en concreto, de las acotaciones. Hay tres formas de acotar:
           
  • Hola –dijo Pepe.

  • Pepe dijo:
Hola.

  • Hola.
Cuando Pepe dijo esto…

Reiteraba el uso de una de las estructuras, así que repasé todo el manuscrito para incorporar las otras. Lo envié al agente que me recomendó: Sandra Bruna. Poco o nada sabía yo por entonces de ellos. Me pidieron primero una sinopsis y el primer capítulo. Al cabo de poco, me dijeron que estaban interesados en leer la obra completa, y se la hice llegar en papel. Vale decir que, pese a lo escueto de nuestras interacciones, percibí un tono de cordialidad que pocas empresas del sector editorial me han transmitido.

El tiempo pasó. No recibí noticia alguna de Sandra Bruna ni de Versátil en prácticamente un año. El segundo año de espera infructuosa y agobiante. Al final, acabé por olvidarme bastante del tema, en parte porque ya había experimentado un año de eterna espera, y porque no tenía demasiadas esperanzas. No se puede vivir tanto tiempo pendiente de una noticia que ni sabes cuándo puede llegar ni si será buena o mala; te destroza los nervios. Y así pasó otro año más.

Poco antes de Abril de 2011 recibí un correo de Sandra Bruna. Decía lo siguiente:

“Hola Carlos : Junto a nuestra comunicación tipo, quiero comentarte que tu propuesta es muy buena y ha tenido un buen informe de lectura. Tal y como te digo, los momentos editoriales por los que atravesamos, hacen que no solo estos conceptos cuenten a la hora de considerar las posibilidades de un texto. Creo que Elberg es perfectamente publicable, y probablemente otra agencia pueda profundizar más en la gestión, de lo que nuestras actuales posibilidades nos permitirían.
Te deseo mucha suerte.”

Bueno. Era otro “no”, pero al menos me habían enviado algo más que la odiosa carta tipo. Decían que era perfectamente publicable. Yo pensaba lo mismo, pero lo importante era que alguna editorial también lo pensara. Ellos, al fin y al cabo, no eran una editorial, y su negativa no me dolía tanto. Aunque entonces no acababa de entender la importancia del papel del agente literario, sí sabía que Sandra Bruna tenían un peso muy importante (fueron ellos los que descubrieron a Ildefonso Falcones y la Catedral del Mar, por ejemplo). Y pensar que ni siquiera con el patrocinio de un escritor consagrado me habían aceptado, me hizo perder cierta confianza en mis probabilidades y en el estado del mercado editorial.

El día siguiente lo pasé buscando en directorios de Internet todas las editoriales españolas interesadas en publicar fantasía, inspeccioné sus web y mandé correos, sinopsis y manuscritos. También les escribí a Versátil, informándoles de mi rechazo por parte de Sandra Bruna, tal y como me habían pedido, aunque ya no esperaba respuesta por su parte.

Y aquí es donde intervino otra de esas “casualidades”. Hacía muy poco que había empezado a utilizar Facebook. Siempre había sido reticente respecto a este tipo de redes sociales, misántropo y huraño como soy, y se me habían acumulado varias solicitudes de amistad. El caso es que, por algún motivo que no alcanzo a comprender (tal vez fuera por aburrimiento, por derivación social, por lo que fuera), llevaba tal vez un par de semanas utilizándolo. Uno de mis contactos era un antiguo compañero de Aula de Escritores. No sé tampoco por qué aquel preciso y aleatorio día le saludé, hablamos, y acabé comentándole las últimas noticias de mi novela: el rechazo de Sandra Bruna. Él me dijo que al día siguiente venía un agente editorial a Aula de Escritores a dar una conferencia, y me invitó a pasarme. No sé tampoco porque accedí, decidiendo, contra todo pronóstico, saltarme la sagrada clase de karate a la que nunca faltaba. Tal vez fuera porque me apetecía, una vez más, rodearme de gente que escribe, que tiene anhelos literarios y profesionales. El caso es que fui.

Y resultó que el agente no era otro que Joan Bruna.

¿Qué habría pasado si Francesc Miralles no hubiera ido al instituto de mi hermana, o si ella no le hubiera hablado de mí? ¿Qué habría pasado si no hubiera decidido conectarme a Facebook por aquella época; si no hubiera hablado ese preciso y concreto lunes con mi antiguo compañero, o si él no me hubiera comentado que, precisamente al día siguiente, iba a venir un agente literario? ¿Y si ese agente literario no hubiera sido Joan Bruna? Me da miedo pensar lo fácilmente que todo podría haber salido completamente mal.

Escuché su conferencia, y cuánto más oía más ganas me daban de poder trabajar con una agencia como la suya. Cada vez me daba más pena que no me hubieran querido representar. Pero también dijo cosas que me alegraron el ánimo. Cada semana Joan, personalmente, recibía del orden de 50 propuestas (sinopsis más un capítulo), de las cuales sólo un 3% pasaban a la siguiente fase: solicitar el manuscrito entero. Bueno, al menos yo había sido de ese 3%. Luego comentó que en los últimos meses algunos de sus comunicados a los aspirantes se había retrasado por un motivo: el estado del mercado literario. La agencia ya contaba con 170 representados y, enfrentados a la bendita crisis, no se podían permitir aumentar significativamente ese número. Así pues, de ese 3%, si una novela recibía un informe de lectura “bueno” era desechada automáticamente. Si tenía un informe “muy bueno o excelente”, se quedaba sobre la mesa de Joan en espera de una mejora de las condiciones económicas. Llegaron a tener 21 candidatos en espera, “el club de los 21”, les llamaban. Y, como supe más tarde, yo era uno de ellos.

No iba a ser menos que mi hermana, así que en cuanto Joan acabó su conferencia fui a asaltarlo. El problema es que lo asaltaron 10 personas antes que yo, cada una con sus propios intereses e inquietudes profesionales. Se hacía tarde y Joan era avasallado sin pudor, mientras yo esperaba educadamente. Al final pude presentarme en un minuto y decirle que una semana antes me habían rechazado. Él me invitó a ponerme en contacto con él para hablar con calma, y al día siguiente le escribí un largo e-mail comentándole mis inquietudes. Y ésta fue su respuesta:

Hola Carlos : Leyendo tu correo, me parece que me planteas demasiadas cuestiones para responderte por escrito. ¿ Te iría muy mal pasarte un día por la agencia y lo comentamos tranquilamente?.  En parte es que no quiero perder contacto con Elberg, que como te dije con total sinceridad, creo que tiene futuro, al igual que tu como autor. Si no te importa venirnos a ver, dime tus disponibilidades de tiempo y buscamos fecha.”

¿Que si me iría muy mal? Era la mejor noticia que había tenido en todo un año. Así que decidimos vernos el jueves siguiente. Una larga semana de tensa espera. Y tras la reunión me quedé igual.


Efectivamente, tenía cierto interés en mi obra. Creía que “tenía algo”, algo que valía la pena. Pero no podía darme garantías. Así que me pidió que se la volviera a enviar para una segunda lectura y valoración. ¿De qué me suena esto? Estaba otra vez al filo de la navaja, con la losa del tiempo y la incertidumbre sobre la espalda y con mi sueño colgando de las manos de alguien que, según su criterio, decidiría si estaría un paso más cerca de culminarlo. 

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